CONO SUR
"Cono Sur" es el nombre de un estado del espíritu. También, de una localización geográfica y económica. Es una realidad dada y un poder instaurador que la trasciende. En tanto comunidad es inconfesable o está por venir. Sin embargo, es posible desearlo como política de los modos de vida y de los enunciados que no desdeña estilos singulares capaces de poner de manifiesto rostros de su génesis.
El estilo es lo que impone cambiar la eternidad. En la escritura es lo que conecta, lo que pasa como corriente viva del tiempo. En ese punto retomamos una tradición y reabrimos un proceso que sigue su marcha. No negamos que en el estilo hay algo de bruto, pero vemos la fuerza de transfiguración de los significados mundanos. Vemos en la acción y gesto de escritura la apertura necesaria para habitar la madeja de la propia vida –que no es la vida propia. El estilo de escritura es mucho más que un vocabulario corporativo o que una tecnología especializada en la distinción o incluso la infamia: es un trabajo de zapa y un arte de gallear pleno de color local.
La historia viva del Cono Sur se escribe en la turbamulta de la lengua donde el idioma es inseparable de los valores y tintes de una localización, de sus miserias, sus glorias y sus fugas. La gran literatura y filosofía de una geografía política y de un tiempo histórico son la promesa en el idioma de su pasado mañana transfigurado. Pero, ¿acaso podríamos prometernos dejar de ser promesa algún día? El poder de instauración y la apertura al mundo que se manifiestan por la escritura no es tarea de los cultores del “alma bella” sino de los interesados “en el barro de los días”.
Nos interesan por igual las palabras que rodean los fenómenos históricos con un nimbo impreciso pero no por ello menos concretas, como el relumbrón que se vuelve discurso para indicar la insistencia de una dirección.
Concebimos la colección “Cono Sur” como una invitación, una provocación que parece sostener al ensayo como baluarte involuntario del pensamiento del sur. Nuestros pensadores son ensayistas, en tanto el ensayo se hace eco de una productividad vital que a veces es notoria y otras debe ser descubierta. Se vanagloria de razonamientos trascendentales a partir del mínimo detalle, pero también se hace cargo de los grandes nombres del pensamiento con modesta apropiación o incluso envalentonada equivalencia. ¿Cuál es la productividad de un gran filósofo? ¿Qué misterio vuelve metafísica una simple ocurrencia? ¿Cómo es posible intervenir en la cultura sin fundirse con ella ni despegarse demasiado?
El ensayo local, la heterogeneidad de pensamientos que se vuelven trama nacional unas veces y regional otras tantas, han forjado y dan aun forma a modos puntiagudos del decir. Su salud es la fiebre de un otro y su fiebre no lo purga, lo abastece de una exorbitante energía creativa. Pero al mismo tiempo, su riesgo específico no consiste en pasar ni por pretencioso ni por manierista sino en perderse en las discusiones de la hora, en agotarse como apéndice coyuntural. El ensayo exige un pensamiento y cierto amor a lo real, pero no vuelve a lo real más cierto por el amor que se permite, sino que fuerza un sentido como relación. Y, más aun, nuestro Cono Sur está hecho de relaciones forzadas.
El Cono Sur aquí evocado –y convocado–, como el ensayo, está hecho de tanteos aun en sus momentos de mayor erudición. Se desarrolla titubeante entre las cosas y los sucesos, a costa de su propia desestabilización, y no pretende volver a equilibrarse, sino encontrar grados de consistencia en las tensiones constitutivas del gobierno de sí en el dominio de la propia inestabilidad. Si no acreditamos en nacionalismos, regionalismos prepotentes y modos reactivos de la identidad, confiamos, sin embargo, en la amistad con unos vestigios, multiplicidad residual capaz de cooperar, construir y recuperar lazos e ideas, al tiempo que resistir voluntades de dominio y énfasis acaparadores. El vestigio le revela al Cono Sur y al ensayo, su propia precariedad y es éste su único punto de partida legítimo. Su desafío ante el exceso de mundo no pasa por una lealtad ciega o una soldadesca civil, sino por el compromiso con la grieta.
La experiencia sudamericana, rompecabezas con imprecisos espacios vacíos, parece anudar tendencias imposibles: entre fantasías totalizadoras y sensatez cooperativa, entre idearios de izquierda arrancados al tiempo histórico y fórmulas liberales importadas de Europa, entre narcisismos colectivistas que engordan la gran Identidad y exaltaciones individualistas que reclaman como salvación un intervencionismo del Norte.
Vacilamos con Horacio González: “No podemos saber hasta qué punto la ausencia de inmediatez (familiar, lingüística, nacional, vecinal) nos protege de una emotividad espontánea y mimética”.
Afirmamos concediendo la pregunta: será acaso para nuestro Cono Sur el no poder ser una sola cosa la mayor fuente de conflictos y, a su vez, la mejor posibilidad sensible, antes que emotiva y singular, antes que mimética.
Insinuamos en tono de manifiesto: la condición nacional, regional y plural bien podría confundirse en el armado de una escucha localizada y permanentemente renovada, a distancia del consenso conservador y las grandilocuencias populistas, en el camino de una maquinaria de disensos, artesanal antes que industrial.
Tal vez la clave del ensayo como modo de pensamiento específico del Cono Sur consista en habilitar un territorio en el que lo más propio resida en un modo de relación con lo impropio, en el que lo más parecido a una sabiduría se resuelva como apertura a lo desconocido que se presenta, en el que el cuidado del vivir nacional y regional garantice el convivir con el extranjero; la hospitalidad como política social y condición del pensamiento.